jueves, 20 de mayo de 2010

Estudio Biblico

Jueves 20 Mayo, 11:22 AM

Hablar de Dios

Hablar de Dios es siempre un atrevimiento. Las personas que, como yo, hablamos de Dios continuamente corremos el riesgo de hacer afirmaciones equivocadas, guiando al pueblo por caminos errados. Más importante aún, nos colocamos bajo el riesgo del juicio divino, pues promulgar enseñanzas equivocadas sobre Dios es un pecado.

En mi caso, yo hablo de Dios desde una perspectiva cristiana, de corte protestante. He estudiado teología en instituciones reconocidas, acumulando dos maestrías y un doctorado en ministerio. He leído cientos de libros sobre distintas áreas del pensamiento cristiano y la filosofía occidental. Por lo tanto, cuando hablo sobre Dios lo hago desde una tradición teológica milenaria, tratando de ser responsable en mis afirmaciones y en mis críticas. Empero, esto no cancela el riesgo expuesto en el párrafo de anterior: hablar de Dios es siempre un atrevimiento, no importa la cantidad de estudios que uno posea.
 
En la teología cristiana hay un área de estudio llamada “La Teología Negativa” (también llamada “la Vía Negativa”). Esta tradición afirma que solo podemos hablar de Dios de manera negativa, es decir, diciendo lo que Dios no es.
 
La Teología Negativa afirma que los seres humanos no podemos comprender plenamente la revelación divina. Por eso, toda afirmación sobre Dios es sospechosa. Es preferible, pues, hablar de Dios de manera negativa, indicando lo que Dios no es. Por ejemplo, en lugar de decir “Dios es bueno”, la teología negativa afirma que Dios no es la fuente de la maldad.
 
Hay un pequeño ejercicio teológico que aprendí hace más de 25 años en el Seminario Evangélico de Puerto Rico. El ejercicio combina la analogía—donde se compara a Dios con algo conocido—con la teología negativa. El ejercicio dice: “Dios es X, pero Dios no es X, porque Dios es mucho más que X.”
 
Por ejemplo, uno puede afirmar que Dios es como un padre. Esta afirmación tiene una base bíblica sólida, dado que Jesús de Nazaret se refería a Dios continuamente como “padre” . No obstante, sabemos que Dios no es “padre” en términos humanos.
 
Además, el término “padre” no es inclusivo, por lo que puede ser opresivo u ofensivo para algunas personas. De hecho, también podemos afirmar que Dios nos ama tanto como una madre ama a sus hijos e hijas. Por lo tanto, sabemos que el término “padre” no puede ser aplicado a Dios de manera absoluta.
 
Esto nos lleva a la tercera parte del ejercicio, afirmando que Dios es mucho más que un padre. Así, el ejercicio termina con lo que se llama “la analogía por exceso,” que nos recuerda que Dios es mucho más que cualquier cosa con la cual le podamos comparar.
Ofrezco este ejercicio como un correctivo contra cualquier dogmatismo o fundamentalismo. Dios es mucho más que lo que usted y yo podemos concebir.
 
Nuestras afirmaciones sobre la divinidad—no importa lo sofisticadas que puedan ser—son meros balbuceos teológicos. Por más que yo predique, enseñe o escriba, nunca llegaré a expresar toda la verdad sobre Dios.
 
Yo no tengo el monopolio de la verdad; usted tampoco. Por eso el diálogo es tan importante. Las personas de fe debemos romper las barreras que nos separan, sentándonos alrededor de una misma mesa para escucharnos las unas a las otras. Quizás usted es de tradición católica, protestante o pentecostal. Quizás su trasfondo religioso es judío, musulmán o budista.
 
O quizás usted se ubica en el campo de la religión popular, practicando la santería, el espiritismo o adorando alguna otra divinidad. No importa. Tenemos que sentarnos alrededor de una misma mesa para hablar de nuestros distintos conceptos sobre Dios, para escuchar y aprender.
 
Termino aclarando que para dialogar con “el otro” usted no tiene que abandonar sus creencias, convicciones o prácticas religiosas. Lo único necesario es una mente abierta, oídos dispuestos a escuchar y un corazón humilde que reconozca las oportunidades y los peligros que implica el hablar de Dios.

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